Mientras caminábamos hacia el camarote no podía dejar de pensar en esa hermosa e inocente muchacha. Nos acostamos pero yo no podía dormir, así que saqué mi pipa y me fui a fumar bajo la lluvia. Nada mejor que la tranquilidad de un barco durante la noche para aclarar la mente. Era mi más sana costumbre, para mantenerme cuerdo y humano, salir a recordar la ciudad, la casa, la familia. Mi querida esposa, y mi hija. Ya hacía tres años que mi niña estaba casada con un comerciante. No pude evitar verla en el cuerpo de esa muchacha: Si le hubiera ocurrido algo así, hubiera tenido que matar a ese cobarde. Me estaba poniendo cada vez más nervioso y antes de cometer alguna locura, preferí terminar la pipa e irme a dormir.
Cuando desperté, esperé oír los gritos, los llantos, las acusaciones. Pero en el barco reinaba la tranquilidad, como el día anterior, y el anterior. Nada indicaba que una muchacha de 20 años había sido prostituida por su marido, un pastor. Encontré a mi hijo mirando por la ventana del comedor a la chica, me asomé a su lado y vi cómo mientras ella untaba manteca en un pan, él hablaba con un grupo de ancianas, que lo escuchaban atentamente. Le advertí a mi muchacho que no se detuviera tanto en ella: "Conozco la soledad del marinero, pero una mujer de la alta sociedad no trae soluciones sino problemas". El hizo como que no me escuchaba y comenzó con las tareas matutinas.
Cuando terminamos nos reunimos con los muchachos para sortear quienes serían los afortunados que esa noche mirarían por los agujeros del camarote de luna de miel. Pero mi hijo comenzó a hablar, y mientras sus ojos me pedían silencio, les contó que habíamos estado espiando a la pareja durante dos horas y nada había sucedido. Atribuyó esa reacción a que el pastor era un hombre de bien y no creía en el placer carnal, tan decepcionado era su tono que los convenció de que no había nada que ver.
A las doce lo vi enfilar hacia el salón de abordo, y lo seguí. Me paré a su lado y le pregunté qué hacía: "Quiero ver con quien habla el pastor, ¿Crees que puede venderla de nuevo?" Lo busqué con la mirada, y, como lo había hecho la noche anterior, hablaba con la mujer del banquero. Mi muchacho lanzó una piña a la pared y se fue. Yo me quedé observando un rato más las reacciones de esa gente tan rara. Mis ojos se clavaron en la cara de la niña, que parecía pedir socorro, pero que no tenía el valor para gritarlo.
Me fui a acostar, ya todas las camas estaban ocupadas, menos una, la de mi hijo.
A la tarde siguiente, tuve que limpiar yo solo el cuarto de mando, pues mi irresponsable muchacho nunca llegó. Desde la ventana pude ver cómo el pastor hablaba nerviosamente con el banquero, ambos parecían preocupados. Ese hombre rollizo de cara redonda señaló hacia adelante, y vi que se acercaba la mujer del mismo, con la esposa del pastor, a quien tenía fuertemente tomada del brazo. El pastor la agarró brutalmente y le dijo algo al oído, la niña comenzó a llorar. Cuando terminé, busqué a mi hijo para darle un buen golpe por dejarme solo con las tareas y lo encontré en la cama tirado. Alegó que había tenido vómitos todo el día, y que no había podido levantarse de la cama. Sabía que era mentira, ya había pasado yo por la habitación cuando lo busqué para comenzar con las tareas y no estaba, seguro se quedó jugando al póquer con los marineros que estaban en su tiempo de descanso; pero no lo admitió.
Nunca lo había visto tan distraído por ninguna mujer. Cuando ella paseaba por la cubierta del brazo de su elegante marido, mi hijo se quedaba hipnotizado mirándola, siguiendo cada uno de sus movimientos. Intenté advertirle miles de veces que se olvidara de ella, que esa clase de chicas no estaban para marineros, que nunca se fijaría en él, y que no tenía la plata ni la elegancia necesaria para alquilarla. Pero él nunca me escuchaba, me negaba su atracción y seguía haciendo las tareas como antes de que ella apareciese.
Esa noche fui nuevamente al salón de abordo. A diferencia de las otras dos veladas, la muchacha no se encontraba en la mesa. Yo no podía escuchar absolutamente nada, pero por los gestos del pastor pude deducir que debía estar allí, y que él prometía que en cualquier momento llegaría. Me alegré al pensar que la niña por fin había tomado el valor de hacerse respetar y negarse a ser un objeto sexual, pero en ese momento la vi entrar por la puerta, con la cabeza gacha. Cuando estaba yendo a fumar mi pipa lo encontré a mi hijo sentado, hablando solo, le conté lo que había visto y lo que pensé, esperaba alguna respuesta, que me dijera su conclusión de lo ocurrido, pero en vez de eso me palmeó la espalda, se levantó y se fue.
Hacía mucho calor esa tarde, estaba de vuelta limpiando sólo, a mi hijo se le había hecho costumbre eso de abandonarme en las tareas. Yo estaba lanzando insultos al aire, cuando el capitán me tocó la espalda y me pidió que lo acompañara a su camarote. Era un hombre de unos 60 años, alto y pálido, que cojeaba de una pierna; hacía 20 años que estaba en este barco. Me ofreció un vaso de coñac y comenzó a hablar con su aburrida voz de importancia: "Mirá Guillermo, hace 30 años que trabajás acá, y sabés que, al menos desde que yo estoy al mando, nunca tuvimos un problema, vos cumplís y nosotros cumplimos. Cuando se enfermó tu mujer te dejamos volver, cuando tu hijo no conseguía trabajo lo contratamos. Y es justamente de él de quien te quiero hablar. Nunca está en sus horas de guardia, no quiere trabajar, no respeta la autoridad. Ya lo hablé con él, me prometió que iba a estar más atento, que tenían un problema familiar que lo estaba distrayendo. Hablá con él y hacelo entrar en razón. No me sirve pagarle a un marinero que no trabaja. Ahora seguí con las tareas".
Cuando llegué estaba trabajando, le empecé a gritar y sin darme cuenta de lo que estaba haciendo le di una piña en la mejilla izquierda, peleamos hasta que nos separaron dos de los marineros que limpiaban con nosotros. El me recriminaba por meterlo en esta vida, que él nunca quiso ser marinero, yo le recordé que hacía 10 años que estaba en este barco conmigo, que era un poco tarde para darse cuenta y volvimos a golpearnos. Nos separaron de nuevo y él se fue. No lo volví a ver en toda
la tarde, seguí solo con las tareas. A la noche fui al salón de abordo, y aunque los vi a los cuatro haciendo el arreglo como todas las noches, tampoco estaba allí.
Agarré mi pipa y me fui a fumar. Hacía frío, pero el cielo estaba despejado. Supuse que en esos momentos la esposa del pastor estaría entre los brazos de ese repugnante banquero. Estaba sumergido en mis pensamientos, cuando vi venir a una pareja. El hombre tenía su brazo pasado por sobre los hombros de la mujer, depositaba todo su peso en ella, era notorio que intentaba mantener el equilibrio pero le era imposible. En la mano que le quedaba libre, tenía una botella que me pareció ser de champagne. Reían ruidosamente, "una pareja feliz" pensé. Pero cuando se detuvieron a mirar el mar, y se empezaron a besar apasionadamente, sus figuras me parecieron familiares. Eran el pastor y la muchacha. Ella estaba apoyada sobre la baranda, y él encima de ella. Asumí que no se habían percatado de mi presencia, parecían muy ocupados demostrando una inexplicable lujuria. Ella abrió los ojos y miró hacia unos 10 metros a mi izquierda. Mientras él le besaba el cuello, ella hizo un gesto de asentimiento, y una sombra se acercó hacia donde estaban. Esa sombra se fue convirtiendo en la figura de un hombre. Un hombre demasiado conocido para mí. Mi hijo. Contuve un grito de espanto, y me quedé paralizado viendo que era lo que iba a ocurrir. Cuando él estuvo a un metro de distancia de ellos, ella se apartó bruscamente y mi muchacho se abalanzó sobre el aturdido pastor, quien antes de que pudiera comprender que había sucedido, cayó al mar, y desapareció bajo el barco. Ella sonriente se asomó por la baranda y se quedó mirando la nada. Mi hijo la abrazó por detrás y comenzó a besarla.
-Ahora sí, ya está hecho, nada nos separa- le dijo
-Querido, yo te amo, te he ayudado con tu soledad y tú a mí con mi excesiva y alquilada compañía. Disfrutemos lo que cada uno logró, y cuando el viaje termine, los dos nos recordaremos para siempre. – lo besó en la mejilla y lo arrastró de la mano escaleras abajo, hacia las habitaciones.
A la mañana siguiente, me despertaron unos gritos de mujer. Corrí hacia el lugar desde donde provenía el espantoso sonido y me encontré de pie en la puerta del camarote de luna de miel. Estaba lleno de gente que, como yo, no entendía que sucedía. Una de las muchachas encargadas de la limpieza de los cuartos hablaba temblorosamente entre lágrimas con el capitán. "No sé que ocurrió, entré y así la encontré, el pastor no está". La puerta se abrió un poco más y pude ver a la esposa del pastor inmóvil, desnuda y brutalmente golpeada. A su lado sobre una mesita de luz reposaban dos copas a medio vaciar y un corcho de champagne. "Por lo que vi cuando me acerqué ha sido golpeada y estrangulada, creo yo, tiene marcas sobre el cuello, oh pobre niña, ¿dónde está el pastor?" Continuó la muchacha de la limpieza. El capitán ordenó que se registrara todo el barco, en su búsqueda. Nunca lo encontraron, obviamente. En su lugar encontraron una botella de champagne en la cubierta, casi vacía, que según dedujeron era la dueña del corcho encontrado en la habitación.
El banquero y su mujer estaban pálidos y tiesos, pero sabían que el único que podría incriminarlos era el pastor, pues sólo él sabía que habían tenido relaciones esa noche, y mientras él no apareciera no corrían peligro. Sin embargo, como muchas personas habían notado que las dos parejas estaban juntas muy a menudo, se apresuraron a contar que ellos habían notado irregularidades, que la muchacha le coqueteaba al banquero cuando su mujer no estaba (y él naturalmente se negaba), que
habían visto cómo el pastor la golpeaba de vez en cuando, por hablar cuando él lo estaba haciendo, o por contradecirlo. "Era una muchacha muy rebelde" exclamaban "de todas maneras no se lo merecía". Cuando el barco llegó al puerto más cercano, la policía se encargó del asesinato. Al día siguiente, la primera plana del diario local decía: "Muchacha brutalmente asesinada por su marido, un pastor, quien luego, arrepentido se suicidó tirándose al mar"